7 de enero

El P. Martín Casas presenta su libro en la Parroquia de Lourdes el MARTES 7 de enero terminada la Misa de las 20,30
1Juan 4,7-10
Marcos 6,34-44
   Jesús siempre ve primero a la multitud, al conjunto de personas. Cuando los evangelios dicen muchedumbre o gentío, se trata del pueblo pobre, de los mendigos, los sin tierra, los considerados impuros para la religión oficial y los soñadores rebeldes de otra sociedad.
   Al verlos se compadece porque la compasión es la identidad más bella de Dios. Es Dios mismo que se compadece en la humanidad de Jesús.
   Este pueblo tiene gran necesidad de comida, pero no solo de ella sino que necesita compartir. Los discípulos relacionan este problema con el verbo comprar. Es para ellos un problema del mercado. Jesús cambia el lenguaje. No es problema de comprar sino de compartir. El mundo es una mesa que tiene comida para todos. Esos siete panes y dos pescados simbolizan la abundancia de comida del mundo. Nos hace falta el compartir. Ese es el proyecto de Dios: crear una mesa donde nos sentemos en grupos de cien y de cincuenta.
 Al compartir la comida, la vida, la comida sobra, es abundante y se guarda el resto para la comunidad.  
(José Antonio Pagola).- «Espiritualidad» es una palabra desafortunada. Para muchos solo puede significar algo inútil, alejado de la vida real. ¿Para qué puede servir? Lo que interesa es lo concreto y práctico, lo material, no lo espiritual.
Sin embargo, el «espíritu» de una persona es algo valorado en la sociedad moderna, pues indica lo más hondo y decisivo de su vida: la pasión que la anima, su inspiración última, lo que contagia a los demás, lo que esa persona va poniendo en el mundo.
   El espíritu alienta nuestros proyectos y compromisos, configura nuestro horizonte de valores y nuestra esperanza. Según sea nuestro espíritu, así será nuestra espiritualidad. Y así será también nuestra religión y nuestra vida entera.
   Los textos que nos han dejado los primeros cristianos nos muestran que viven su fe en Jesucristo como un fuerte «movimiento espiritual». Se sienten habitados por el Espíritu de Jesús. Solo es cristiano quien ha sido bautizado con ese Espíritu. «El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece». Animados por ese Espíritu, lo viven todo de manera nueva.
   Lo primero que cambia radicalmente es su experiencia de Dios. No viven ya con «espíritu de esclavos», agobiados por el miedo a Dios, sino con «espíritu de hijos» que se sienten amados de manera incondicional y sin límites por un Padre. El Espíritu de Jesús les hace gritar en el fondo de su corazón: ¡Abbá, Padre! Esta experiencia es lo primero que todos deberían encontrar en las comunidades de Jesús.
   Cambia también su manera de vivir la religión. Ya no se sienten «prisioneros de la ley», las normas y los preceptos, sino liberados por el amor. Ahora conocen lo que es vivir con «un espíritu nuevo», escuchando la llamada del amor y no con «la letra vieja», ocupados en cumplir obligaciones religiosas. Este es el clima que entre todos hemos de cuidar y promover en las comunidades cristianas, si queremos vivir como Jesús.
   Descubren también el verdadero contenido del culto a Dios. Lo que agrada al Padre no son los ritos vacíos de amor, sino que vivamos «en espíritu y en verdad». Esa vida vivida con el espíritu de Jesús y la verdad de su evangelio es para los cristianos su auténtico «culto espiritual».
No hemos de olvidar lo que Pablo de Tarso decía a sus comunidades: «No apaguéis el Espíritu». Una iglesia apagada, vacía del espíritu de Cristo, no puede vivir ni comunicar su verdadera Novedad. No puede saborear ni contagiar su Buena Noticia. Cuidar la espiritualidad cristiana es reavivar nuestra religión.
 

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