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San Juan apóstol y evangelista
San Juan es testigo de Cristo, la palabra de la vida. La vida nueva, del Resucitado, es lo específico de la experiencia apostólica, vivida en comunidad. El apóstol ha experimentado la palabra con la totalidad de sus sentidos, y se vuelve nuncio y escritor, evangelista, en busca de la alegría plena y compartida.
Uno de los distintivos de las tradiciones de san Juan es que plasma la verdad en simbolismos de belleza singular. La belleza es una ruta a la verdad definitiva, que muchas veces queda relegada en aras de una comprensión más racionalizada de la experiencia de Dios. El camino de la belleza se plasma en colores, armonía, intensidad simbólica de realidades que se aprenden mediando los sentidos.
Es un reto actual recuperar el lenguaje simbólico y forjar símbolos nuevos, que, como anota Evangelii Gaudium, “le den nueva carne a la transmisión de la Palabra” (no. 167).
La venida del Cristo llama a contemplar, ver y palpar la palabra de la vida duradera. Ella finca nuestra comunión vital con Dios y con los hermanos. ¿Cómo cultivamos la belleza en nuestra comunidad?
Estos "signos" fueron: convertir el agua de las purificaciones rituales en vino de fiesta (Jn 2, 1-12); curar al hijo de un funcionario romano (Jn 4, 4); devolver la salud a un paralítico (Jn 5); dar de comer a miles de pobres (Jn 6); abrir los ojos a un ciego de nacimiento (Jn 9); devolver la vida a Lázaro, el amigo difunto (Jn 11).
En todos estos "signos'', Jesús antepone el bien "humano" de las personas a la observancia "religiosa" que imponían los dirigentes judíos. Por eso, el IV evangelio es el que más destaca los incesantes conflictos, que tuvo y mantuvo Jesús con la religión, con el Templo, con los sumos sacerdotes, con los rituales y tradiciones que imponía aquel sistema religioso-político. Y esto fue lo que provocó una situación límite, que terminó en la condena a muerte (Jn 11,46-53). Y en la insistente intervención de los sumos sacerdotes para que Jesús fuera ejecutado en una cruz.
Ya, desde la Navidad, la liturgia y el Evangelio presentan, con toda fuerza y con toda claridad, que el "proyecto de Jesús" y la observancia de "normas y rituales religiosos" son incompatibles.
Jesús vio que el "proyecto de la fe" no es el "proyecto de la observancia religiosa", sino el "proyecto de la plenitud humana".
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