La noche de las Velitas en Colombia: Fiesta de la Inmaculada Concepción
LECTURAS DEL DÍAcomentario
Testigos y testimonios de allá y de aquí
+ San Ambrosio: Nació en Tréveris en año 340 y murió en Milán el 3 de abril de 397. Procedía de una familia noble cristiana. Su padre murió cuando él aún era muy joven y todo indicaba que debía seguir la carrera administrativa, como su padre, en los asuntos del imperio, para lo cual recibió una formación jurídica. Luego se hizo sacerdote y después fue ordenado obispo de Milán. Ya que para el momento la Iglesia estaba unida al imperio, no fue difícil combinar los dos roles. Por su abundante literatura a favor de la fe, fue proclamado doctor de la Iglesia el 20 de septiembre de 1295 por Bonifacio VIII. Su fiesta se celebra el 7 de diciembre.
+ Oscar Fallas, Jaime Bustamante Montaño, David Madariaga y María del Mar Cordero:
Los cuatro eran líderes nacionales del movimiento ecologista costarricense, y sus luchas eran incansables, organizadas, ante poderosos intereses económicos y políticos, también multinacionales, como por ejemplo el proyecto de Ston Forestal. Los cuatro vivían de la pasión de la Tierra amada y para todos. “Soñando y empujando”, repetía Oscar. Eran “ecologistas de corazón”, como proclamaba Jaime: “para que el futuro no sea solamente una esperanza”. Poetas y profetas “de la hoguera de la utopía”, como escribió David. Murieron quemados, desaparecidos, víctimas del ecocidio, mártires de le Ecología, el 7 de Diciembre de 1994 en Costa Rica.
+ 7 de Diciembre de 1981: Lucio Aguirre y Elpidio Cruz. Eran hondureños, celebradores de la Palabra y mártires de la solidaridad con los salvadoreños refugiados.
+ 7 de Diciembre de 1975: El gobierno militar de Indonesia invade Timor Este, matando 60.000 personas en dos meses. En los 20 años de invasión siguientes, más de 200.000 personas fueron muertas, es decir, un tercio de la población.
MAÑANA COMIENZA EL AÑO JUBILAR MARIANO
La penitenciaria Apostólica por mandato del Santo Padre Francisco ha concedido la Indulgencia plenaria para el Año Jubilar Mariano, convocado por los obispos de la Conferencia Episcopal de Argentina, del 8 de diciembre de 2019 al 8 de diciembre de 2020, con motivo de los 400 años del hallazgo de la sagrada imagen de la Virgen del Valle en la provincia de Catamarca.
El documento apostólico ratifica que, bajo las condiciones acostumbradas, es decir, la confesión sacramental, la comunión eucarística y la oración por las intenciones del Sumo Pontífice, todos los fieles que con espíritu de verdadera penitencia y movidos por la caridad peregrinen a la Catedral Basílica de la Bienaventurada Virgen María del Valle o a otro Santuario o templo mariano y allí asistan devotamente a celebraciones jubilares o espirituales, obtendrán la indulgencia plenaria.
La misma se extenderá a los fieles que, ante una imagen mariana solemnemente expuesta eleven humildemente sus oraciones por la fidelidad de Argentina a su vocación cristiana, para pedir vocaciones sacerdotales y religiosas y para defender la institución natural de la familia y cumplan con la oración dominical, el símbolo de la fe y una invocación a la Bienaventurada Virgen María.
QUÉ ES LA INDULGENCIA PLENARIA
Estamos acostumbrados a hablar del misterio de la comunión de Dios con los hombres, del Padre con sus hijos, de un cierto modo cosístico; hablamos de la Gracia, como de algo que Dios confiere a los hombres; la teología conciliar rescató un lenguaje mucho más cercano a la experiencia existencial, y mucho más bíblico, pero todavía estamos lejos de traducir en nuestra práctica catequística y homilética dicho lenguaje.
Esto se nota particularmente, en las dificultades que muchos tenemos a la hora de proclamar, anunciar kerygmáticamente, o simplemente "entender" las indulgencias jubilares.
Amén de resabios
históricos que nos remontan a una época de la Iglesia no demasiado
feliz (la "venta de indigencias" previa a la "reforma" de LUTERO que dio origen a las Iglesias "protestantes")), subsiste el problema de
cómo traducir en lenguaje evangélico, de buena noticia,
los términos canónicos y todavía "cosísticos" de la
teología de la gracia escolástica (de la "edad media"): culpa, pena, tiempos de
expiación, etc.
Leyendo
una de las últimas catequesis del Papa Benedicto XVI, se me ocurrió que no es
tan difícil, y sí beneficioso, intentar pensar, y hablar del tema,
desde la teología existencial.
Transcribo
la frase de la catequesis de papa, que me inspiró estas
reflexiones.
El
Papa explicó que la reconciliación del pecador con Dios, que es un
don, implica un compromiso personal del hombre y de la Iglesia "por
su acción sacramental". "El hombre debe ser 'sanado'
progresivamente respecto a las consecuencias negativas que el pecado
ha producido en él. En vista de una curación completa, el pecador
está llamado a emprender un camino
de purificación hacia la plenitud del amor",
afirmó.
¿Qué
decimos, en realidad, cuando hablamos de indulgencia plenaria?
¿Qué
decimos, en realidad, cuando hablamos de la gracia divina?
El amor de Dios es
gracia, y el fruto de ese amor es una íntima
comunión de hijos con el padre:
y esa es la gran revelación, la gran buena
noticia de
Jesús.
El amor de Dios se comunica por que El mismo se da nosotros, y al darse, nuestra vida se transforma, el mundo cambia, el Reino llega. El auto-darse de Dios al hombre se expresa en un nuevo modo de relacionarse de los hombres entre sí, la criatura se hace "sacramento" del amor del Creador. El hijo, se hace "imagen" del Padre.
El amor de Dios se comunica por que El mismo se da nosotros, y al darse, nuestra vida se transforma, el mundo cambia, el Reino llega. El auto-darse de Dios al hombre se expresa en un nuevo modo de relacionarse de los hombres entre sí, la criatura se hace "sacramento" del amor del Creador. El hijo, se hace "imagen" del Padre.
¿Qué
es, entonces, la indulgencia plenaria? Es
simplemente otro nombre de la benevolencia, misericordia infinita y
permanente del Padre para con sus hijos, una benevolencia,
misericordia, "plenaria", sin límites, que
quiere hacer perfecta y plena la comunión con sus hijos.
Análogamente
a lo que sucede con los sacramentos, para
que la criatura, el hijo, sienta y experimente esa benevolencia de
Dios, tiene que tener un corazón abierto, predisposición,
que lo capacite para recibir esa autodonación de Dios.
Toda la tradición de la iglesia habla de los sacramentos
de la fe;
los sacramentos, lejos de ser ritos mágicos, son signos de un
encuentro profundo de Dios que se autobrinda al hombre, y del hombre
que, por la fe, se abre al don de Dios.
En
el caso de las indulgencias, podemos pensar que, cuando la Iglesia
nos propone tiempos, momentos, actos significativos, para "recibir"
las indulgencias, no está haciendo otra cosa que extraer del tesoro
de su sabiduría ancestral, las riquezas
sacramentales, que permiten al creyente, predisponerse y abrirse a
la autodonación de Dios.
En
este sentido, peregrinar al templo catedral, por ejemplo, es
facilitar al creyente recuperar su condición consciente de miembro
de la Iglesia, del Pueblo de Dios, reunido en torno a su pastor el
obispo. Confesarse y comulgar, es hacer un camino de conversión, de
"penitencia" (cambio de mentalidad) y de reencuentro con
Jesús en el signo que expresa esa unidad espiritual, existencial,
profunda, entre Cristo-cabeza y su Cuerpo que es la iglesia, en la
comunión eucarística.
Vivir estos momentos intensamente,
preparándolos con una apertura consciente a la Palabra de
Dios, vivenciándolos
en compromisos de
caridad solidaria para con los hermanos, ciertamente
hacen del creyente un hombre "lleno" de la benevolencia de
Dios;
es el hijo de la parábola que vuelve y se encuentra con que el
padre ya ha salido a su encuentro. El abrazo del padre es expresión
de la indulgencia
plenaria del
padre para con su hijo. Pero esa indulgencia tendrá que ser
vivenciada, celebrada en la fiesta. Y para eso, el hijo debe
lavarse, cambiarse de ropa, prepararse para gozar del encuentro y
del regreso.
Creo
que podríamos seguir meditando, profundizando en esta línea, y
creo que de esta manera, seríamos más fieles al espíritu
eclesial, en este próximo año jubilar mariano, y a la vez, más
fieles a lo que hoy nos pide la Iglesia: una
evangelización, una catequesis, kerygmáticas.
Así debió ser siempre, pero hoy más que
nunca: la
predicación y la vivencia de la fe son esencialmente EVANGELIO,
buena noticia, o no son.
Resumiendo, Dios no da cosas, se da a Sí mismo, y el hombre
que desde su libertad profunda se abre a ese torrente inagotable de
Ser y de Amor que es Dios en su autodonación, se abre a la acción
de su Espíritu, vive y experimenta en lo más profundo de su ser
esa amorosa benevolencia del Padre que lo abraza, que lo hace uno
con su Hijo, que le comunica el ardoroso Amor de su Espíritu.
Espero
que estos simples pensamientos en voz alta, nos ayuden a vivir más
plenamente el año de gracia jubilar que está comenzando.
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