1ª semana de adviento - miércoles

San Francisco Javier. Misionero sin fronteras

El Papa: la inclusión determina el grado de civilización de una nación


Homilía del Santo Padre: “Hoy la Iglesia elogia la pequeñez”

San Juan Damasceno (749)
Mt 15 29-37 EVANGELIO EN AUDIO
Isaías 25,6-10a
El Señor invita a su convite y enjuga las lágrimas de todos los rostrosAquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. -Lo ha dicho el Señor-. Aquel día se dirá: "Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte."
     El día a día nos cose a la piel el dolor y el sufrimiento; son parte nuestra. Y si no duelen las propias, no hay que andar mucho para encontrar dolencias en la calle, en la plaza, en la escuela o en la casa. El dolor es personal, intransferible, pero también posee una dimensión social, porque es como inherente a lo humano; de allí, de la humanidad, nace el grito a la solidaridad y comunión. Entonces el grito genera alivio. El evangelio habla de eso; del corazón mesiánico que cambia el sufrimiento en salud y la tristeza en gozo. En Isaías, en contrapartida, la fiesta expresa la alegría del corazón que canta y baila henchido de satisfacción. Isaías describe un banquete universal del conocimiento de Dios que aniquila a la muerte y borra toda humillación de los suyos. Los cristianos entendemos que la Eucaristía aniquila la muerte y dignifica a todos; es nuestra fiesta. Ella es fuente de vida y dignidad a la que el Señor convida a todos los pueblos.

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