Si las cosas continúan como las veíamos el domingo pasado («No pueden servir a Dios y al dinero»), entonces habrá que ir echando a los ricos de nuestras iglesias.
O quizá, menos drásticamente, habrá que darles una catequesis especial («catequesis para ricos») para ayudarles a cambiar, aunque la Iglesia tenga poca práctica en esta cuestión.
(Sin dejar de incluirnos a nosotros mismos en esa catequesis, claro).
¿Y caminar hacia un mundo de pobres? No, hacia un mundo de justicia. ¿Y hacer una Iglesia sin riqueza? Sí, con la sola garantía de contar con Dios y el Evangelio, su mayor riqueza (que ningún otro tiene, y que nada ni nadie podrá arrebatarle). ¿Y crearnos mala conciencia porque, mal que bien, también nosotros somos ricos? Pues sí. Por lo menos, poner en duda nuestra acrítica aceptación de un bienestar edificado sobre el malestar de la inmensa mayoría del mundo.
Siempre dijimos que el Evangelio proporciona una felicidad existencial enorme; pero nadie dijo que esa felicidad coincidiese con los modelos de felicidad «mundanos».
Ahí estaba «la trampa». Todavía nos hallamos a tiempo de echarnos atrás y ponernos al servicio de las riquezas. Pero, ¿qué significa «atrás»?, ¿hacia dónde?, ¿hacia qué?, ¿hacia quiénes?
1. Otras riquezas. La riqueza por antonomasia es el dinero, y de eso no nos salva nadie. No obstante, poseemos otras riquezas que también hay que revisar: nuestra vanidad, nuestro prestigio (bien o mal ganado, verdadero o sustentado sobre equívocos), nuestra seguridad económica (aunque no seamos ricos), nuestra cultura dominante…
2. Cosas que podemos compartir. No solo el dinero, sino el tiempo, el afecto, la cultura, la alegría, la simpatía…
3. Perdóname, rico. En la lucha contra «los ricos» (los banqueros, los patronos…) se entremezclan con facilidad el odio, la envidia, la crueldad, el revanchismo… Desde el siglo XIX, desde la Edad Media y desde Espartaco. Así que habrá que purificar muy a fondo esa batalla para que no solo se trate de algo «nuestro».
4. Si yo fuera rico… Sinceramente, ¿en qué emplearía mi dinero?
5. ¡Ay de los pobres! ¿Es posible también una evangelización de los pobres que les purifique de su alma de ricos frustrados? Sin cinismos, pero sabiendo que la pobreza bienaventurada no es cualquier pobreza.
6. Pobre, pero honrado. ¿Conocemos a la gente pobre de nuestra comunidad? ¿Hay en ella pobres verdaderos? ¿Conocemos sus necesidades concretas, o hablamos de los «pobres» como en un estribillo? No existe nada más hipócrita que utilizar a «los pobres» en nuestras reflexiones, sin tener el menor contacto con los indigentes reales y sus problemas.
Lecturas y comentario en audio (Justino)
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