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Santoral: Exaltación de la Cruz
Martirologio y efemérides latinoamericanos: 14.9.1973: Miguel Woodward, sacerdote chileno, mártir de los obreros de Valparaíso, asesinado tras el golpe militar de 1973.
Jn 3 13-17 EVANGELIO EN AUDIO
Estamos en la «fiesta» (litúrgica) de la «Exaltación» de la Santa Cruz. Se trata de ese signo que identifica al cristianismo mundialmente, como la media luna identifica al islam o la estrella de seis puntas formada por dos triángulos equiláteros superpuestos inversamente –la estrella de David– es el emblema del judaísmo.
Dentro de una mentalidad mágica, la cruz ha tenido en la historia casi tanto valor como el Cristo que en ella fue crucificado. «La señal de la cruz» ha espantado al demonio, ha alejado las maldiciones, ha «persignado» a todos los devotos, ha sido trazada millones de veces en el aire derramando bendiciones bienhechoras.
En la religiosidad popular, Cristo ha sido sobre todo el sufriente, el condenado, azotado, crucificado, varón de dolores, muerto entre sufrimientos insoportables. La cruz ha sido el signo del dolor, tanto del de Cristo como del universal. Para los cristianos, el sufrimiento de Cristo tiene referencia universal.
La inevitable dimensión dolorista de la cruz, hace que su «exaltación» no deje de implicar problemas.
El primer gran peligro es esa misma «exaltación» de la cruz, por lo que pueda tener de exaltación del sufrimiento por el sufrimiento, como si tuviera un valor cristiano por sí mismo. Aún se conserva en buena parte del pueblo cristiano una imagen de Dios dolorista y amante del sufrimiento, que parece alegrarse cuando ve sufrir, o que sólo otorga su gracia o su benevolencia al ser humano a cambio de sufrimiento.  Este Dios ante el que lo que vale y lo que le agrada es el sufrimiento, no es un Dios cristiano; la exaltación de una cruz que incluya –consciente o inconscientemente– una imagen de Dios así, no sería una exaltación cristiana.
Es un gravísimo problema esa teología, que aún está ahí, según la cual Dios envió a su Hijo al mundo a sufrir, a sufrir horrorosamente, porque ese Hijo sería de ese modo el único capaz de ofrecer una reparación infinita a la dignidad de Dios Padre ofendida por el ser humano en un «pecado original» (que históricamente no tuvo lugar)...
Sin fundamento real en el evangelio, esta teología apareció con el paso de los primeros siglos, y fue san Anselmo de Canterbury (siglo XI) quien le dio la re-configuración definitiva con que ha llegado hasta nosotros mismos, en nuestros catecismos infantiles. Es la visión clásica de la «redención», la muerte de Jesús en la cruz redentora, que «paga» con su sufrimiento al Padre, para que éste acceda a restablecer el buen orden de sus relaciones con la Humanidad. Estrechamente unida a esta teología está la idea del «sacrificio» de Cristo en la Cruz. Una teología que, por una parte, hoy día evidencia una imagen de Dios que resulta inaceptable. Por otra, se trata de una teología que aún figura –inexplicablemente- en los documentos oficiales... Celebrar la Exaltación de la Santa Cruz sin abordar estos problemas puede ser más cómodo, pero no más sincero ni más provechoso o pedagógico.
La cruz de Cristo no debiera ser utilizada como símbolo de todo aquello que en nuestra vida humana hay de limitación estructural, de finitud natural. Esta es una dimensión natural de nuestra vida humana («las cruces de la vida»), y la cruz de Cristo no tiene nada de «natural», sino que todo lo tiene de «histórico». En la cruz de Cristo –si no queremos caer en mixtificaciones– no entran sus dificultades y limitaciones humanas, ni las nuestras: enfermedades, limitaciones, accidentes, ni la mala suerte. Eso no es la cruz de Cristo, sino avatares y peculiaridades de la vida humana, que hay que saber llevar y sobrellevar con gracia y con buen talante.
La cruz de Cristo no fue un «designio de Dios», sino un designio humano, estrictamente humano. Jesús, por su parte, tampoco buscó la cruz: «Pase de mí este cáliz», y nunca deberá ser buscada la cruz, por sí misma, por parte de sus discípulos. aquel «Ave Crux, Spes única!» («¡Salve, Cruz, esperanza única!») del adagio clásico, hay que tomarlo con muchas «cautelas» en la forma de entenderlo. Ni Dios, ni Cristo «aman la Cruz», ni nosotros debemos «amarla», sino que, al contrario, debemos «combatirla». La tarea del cristiano, como la de Jesús, es, precisamente, combatir la cruz, liberar del sufrimiento al ser humano. Claro que, al luchar contra la cruz ocurre que se levanta la animosidad de los que están interesados egoístamente en los mecanismos de opresión, personas y estructuras que imponen una cruz sobre quienes luchan por liberar al ser humano de toda cruz. No hay que buscar la cruz, aunque no hay que retroceder un milímetro en la Verdad y en la lucha por la Justicia, por el miedo a la cruz que nos impondrán…
En definitiva, lo que necesitamos exaltar no es la cruz, sino el coraje de Jesús, que optó por el Reino y por el amor, sin temor a la cruz que previó y estaba seguro que le iban a imponer. La exaltación de la fidelidad de Jesús a la Causa del Reino es el verdadero contenido de esta fiesta.
Algunas personas se asustan cuando se hacen estas relecturas críticas. Les parece una actitud negativista... Prefieren que se hable sólo de lo positivo, y que lo demás quede sobreseído, como superado por el olvido… No compartimos esa opinión. Estamos en un momento de transición teológica, una transición que se hace lenta por causa precisamente de esa falta de sentido crítico en la teología y en la homilética. Si los predicadores (y los grupos de formación cristianos) asumieran como tarea habitual la de hacer la «digestión crítica» de todo el pensamiento viejo que aún lastra al cristianismo, sin duda que estaríamos en condiciones de dialogar mejor con el mundo actual.

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