Vivir el día a día resulta más difícil si no hay unión con Dios. Y esa unión necesita de momentos explícitos, de ratos dedicados a la reflexión y a la oración, en solitario y en compañía. Si no, no hay modo de echar fuera ciertos demonios (las prisas, el estrés, ese egoísmo galopante, la frivolidad...). Dedicar unos minutos cada mañana y a lo largo del día al «en-sí-mismamiento» nos devuelve la consciencia, nos hace recordar que estamos vivos, y así retomamos las riendas de nuestra vida.
Comentarios
Publicar un comentario