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  1. Es un hecho que a muchos cristianos no les interesa el tema de la resurrección. Porque no creen en ella. Ni esperan nada de semejante enseñanza, que -de ser verdad-afectaría a la "otra" vida, no a "esta" vida. Y son muchos los que ni creen en esa otra vida, ni se les ocurre pensar que después de la muerte ellos mismos seguirán viviendo. Sin embargo, aquí nos encontramos ante una realidad cuya importancia nunca podremos entender, ni siquiera intuir.
  2. El reconocido historiador de la Iglesia Diarmaid MacCulloch ha escrito: "Lo que nos cuentan los evangelios que sucedió después de la Crucifixión era la buena nueva más absoluta: Jesús había retomado a la vida al cabo de tres días sepultado. De algún modo, sus discípulos transformaron la muerte y derrota de un delincuente... en un triunfo de la vida sobre la muerte, y la narración de la Pasión concluye con la historia de la Pascua de Resurrección. La Resurrección no es un asunto que los historiadores pueden verificar; es un tipo de verdad o una declaración sobre la verdad distinta. Es la afirmación más perturbadora y complicada del cristianismo, pero durante veinte siglos los cristianos la han considerado central para su fe. La Pascua de Resurrección es la primera festividad cristiana, y fue para esa celebración para la que los primeros cristianos crearon los relatos de la Pasión".
  3. La Resurrección es un hecho. Pero se trata de un hecho que solo es perceptible y aceptable por medio de la fe. Lo que ocurre es que la fe es una convicción libre. Por eso, ante la resurrección, es inevitable la duda, la inseguridad y, a veces, la oscuridad. Pero el Resucitado es la raíz y la fuente de la esperanza, de la fortaleza y de la felicidad de los cristianos. En la semana de Pascua iremos reflexionando sobre esta realidad asombrosa y cargada de esperanza. La Vigilia Pascual es un horizonte de esperanza que se nos abre como luz y fuerza que dan sentido pleno a nuestras vidas, cuyo final inmediato es la muerte. Pero la muerte no tiene la última palabra. La palabra definitiva es vida para siempre.

1. La pregunta fundamental, que hay que hacerse el Viernes Santo es esta: el relato de la pasión y muerte de Jesús, ¿quedó redactado, tal como está, para "divinizarnos" o más bien para "humanizarnos"? Es decir. Jesús murió como murió, ¿para que seamos más "divinos"? ¿O para que seamos más "humanos"? En principio, se podría (y se tendría que) decir: para ambas cosas. Lo cual es verdad. Pero, ¿qué es lo primero y lo más inmediato que debemos pretender, buscar y realizar?

  1. La dificultad para responder a esta pregunta radica en que la significación de la muerte de Jesús nos ha llegado en dos tradiciones, que, en cuestiones muy fundamentales, no coinciden. Y hasta se contraponen. De forma que esto ha desconcertado -y sigue desconcertando- a los teólogos, a la jerarquía eclesiástica y a los cristianos en general.
  2. La tradición más antigua, y la que primero se difundió por las primeras "iglesias" (asambleas) cristianas, es la que interpreta la muerte de Jesús como un acontecimiento "religioso" y "sagrado": el "sacrificio sacerdotal" (Heb 7,27; 9. 12; 10.1; 1 Cor 10,16-21) y el acto de "expiación"(Heb 5,7; 7,25; 9,24) por medio del cual quedó reparado el desorden radical, que procedía de la desobediencia del primer hombre, Adán, origen y causa del mal en el mundo. Solo Cristo, mediante el sacrificio de su vida, restauró el orden perdido y redimió a la humanidad alejada de Dios. El autor de esta tradición fue Pablo de Tarso, que la explica en sus cartas, entre los años 50 al 55.
  3. La tradición posterior, que se generalizó a partir de los años 70. presenta la muerte de Jesús como la ejecución de un sentenciado por las autoridades que legalmente podían dictar la condena (de un extranjero o un esclavo) a morir en el escarnio de la cruz. Un acto así no podía, en modo alguno, ni verse ni interpretarse como un acto religioso o sagrado. Era todo lo contrario. Para los romanos, el rechazo total de un criminal excluido por la sociedad y por los dioses (Cicerón, Lactancio). Para los judíos, la maldición del que moría colgado del madero, oprobio para la nación entera (Deut 21,22 s; cf. Heb 13,13; Gal 3,13). Esta tradición es la que presentan los cuatro evangelios, redactados cerca de veinte años después de la de Pablo.
  4. La dificultad para armonizar estas dos tradiciones está en que, según san Pablo, Jesús murió en la cruz porque así lo decidió Dios. Mientras que, según los evangelios, Jesús murió en la cruz porque vivió y habló de manera que las autoridades vieron en él una amenaza intolerable. Los sacerdotes, lo vieron como un peligro "para el templo y para la nación" (Jn 11,48). El gobernador romano, lo vio como un agitador subversivo que representaba una amenaza para el imperio (Jn 19,12-16).
  5. La pregunta, por tanto, que se plantea es esta: ¿La muerte de Jesús fue un "sacrificio religioso" o fue la "ejecución legal de un condenado a muerte"? En consecuencia, lo que el Crucificado nos enseña ¿es la obediencia a la religión y a Dios? ¿O es la libertad solidaria ante los poderosos de este mundo, causantes de tanto sufrimiento y devastación en la tierra? En el primer caso, estamos ante "lo divino". En el segundo, estamos ante"lo humano". No se trata de optar por lo uno o por lo otro. Se trata, más bien, de integrar ambas opciones. Esta integración solo es posible -si es que el Evangelio es lo primero y lo determinante de nuestra fe- subordinando la interpretación de Pablo al significado del relato histórico del Evangelio.
  6. La lectura de la pasión de Jesús nos enseña a ser tan profundamente humanos, que no podamos soportar ver desde el desinterés y la indiferencia, el sufrimiento de las víctimas de este mundo. Entonces, y solo entonces, estaremos en el camino que nos lleva derechamente a vivir y morir como vivió y murió Jesús. Así, y solo así, tendrá fundamento nuestra esperanza en la resurrección.

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