Audioclip: CREO EN EL TRIUNFO DE LA VIDA
Mt 28, 8-15 EVANGELIO EN AUDIO
El evangelio invita a la Comunidad a hacer memoria, a encontrarse y a construir fraternidad. Allí donde el dolor y la muerte intentaron atemorizar la vida, paralizar la fe y apagar la esperanza, las mujeres del evangelio, tejieron el acontecimiento de la resurrección; memoria (v.8), encuentro (v.9) y misión (v.10) el cual se convirtió en la confesión central de la fe cristiana: Jesús, el Cristo, ¡está vivo, ha resucitado!
Comunicar la resurrección, hoy, supone luchar contra la corrosiva enfermedad de nuestro tiempo, y que embarga a la sociedad: la “orfandad espiritual”. Esa orfandad que es “experimentada” cuando se va extinguiendo el sentido de pertenencia a un carisma, a una familia, con los pobres de la tierra, con Dios y su proyecto de humanización, y que desvanece la posibilidad que tenemos de poner en práctica la vocación originaria a la que estamos llamados: a la fraternidad universal. Sintámonos, como hombres y mujeres de fe, motivados por el Espíritu del Resucitado a crear con nuevos sentidos y fidelidad creativa, comunidades memoriosas, de encuentro y fraternas: resucitadas.
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El apóstol Pablo afirma que Jesús fue "constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor" (Rom 1,4). La resurrección representó, por tanto, para Jesús la "plenitud de la divinidad". Pero no fue solamente eso. Porque juntamente con eso -e inseparablemente de ello- representó también la "plenitud de la humanidad" Por eso, en los capítulos finales de los evangelios, donde se habla del Resucitado, en esos capítulos precisamente es donde se descubre al Jesús más profundamente humano. Es sorprendente. Pero así es.
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En efecto, el Jesús resucitado, porque es el "más divino" de los evangelios, por eso es también el "más humano" que aparece en todo el Evangelio. Porque, en la más original y profunda tradición cristiana, el Trascendente se ha fundido con lo inmanente de forma que "lo más divino" (utilizando nuestra limitada y tosca forma de expresar estas realidades que nos rebasan por completo) se muestra, se conoce, se palpa, precisamente en "lo más humano". Por eso, ni más ni menos, el Resucitado es el ser más humano y entrañable de cuanto podemos imaginar y desear.
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Esto es lo que explica que a quien primero se aparece el Resucitado es precisamente al colectivo más marginado de aquella cultura, las mujeres (Me 16,1-8; Mt 28,1-8; Le 24,1-12; Jn 20, 1-10). Y esto es también lo que explica las comidas de Jesús resucitado con los discípulos (Me 16,14; Le 24,30.41-42; Jn 21.10-14; Hech 10,41). Como la alegría que contagia en todas sus apariciones, en las que Jesús no se queja ni de la traición de Judas, ni del abandono cobarde de los demás apóstoles, ni de las negaciones de Pedro. Todo lo contrario. Jesús le demanda su cariño preferente y hasta le encarga que apaciente su rebaño (Jn 21,15-19). El Resucitado nos enseña, entre otras cosas, una que es fundamental: no somos más divinos porque no somos más humanos. Esto es capital y decisivo.
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