1.
Este episodio empieza y termina afirmando que la convicción de
muchos judíos es que de Galilea no podía venir el Mesías. Hasta
ese punto llegaba el desprecio que se tenía contra los galileos.
Porque eran gente pobre, sencilla e ignorante. En este ambiente de
tensión, de enfrentamientos, de confrontaciones y discusiones sobre
si Jesús era o no era el Mesías esperado, hay una sola cosa que
queda clara: los únicos que creían en Jesús y se fiaban de él
eran las gentes pobres, de condición sencilla y
humilde,
los que se encuadraban en el óchlos,
el
pueblo vulgar, la multitud, considerada como inculta e ignorante
en todo cuanto se refería a la Ley religiosa, sus rituales y sus
observancias.
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En contraste con lo dicho, no creían en Jesús ni los "jefes", ni los "fariseos". Es decir, ni los "poderosos", ni los "observantes" aceptaban a Jesús. Y buscaban las razones más pintorescas para justificar su rechazo. Por ejemplo, lo que ya se ha dicho: el Mesías no podía ser galileo; o que tendría que haber nacido en Belén. Razones que no tienen ningún peso teológico. La resistencia a la evidente ejemplaridad de Jesús se agarra a un clavo ardiendo, con tal de defender sus conveniencias.
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La conclusión es clara: son los últimos de este mundo los que sintonizan con Jesús. Sin duda alguna, la Iglesia naciente -lo mismo en los evangelios sinópticos que en el evangelio de Juan- expresa la preferencia de Jesús, de Dios, por los que están abajo en la sociedad y en la historia. Al igual que la sintonía de los últimos con el Evangelio de Jesús. Pero, ¡Atención!, no es una cuestión social o cultural. Es un problema de valores. Que nos enfrenta a la pregunta clave: ¿qué valores son los argumentos determinantes de nuestra vida? Concretando: lo que más valoramos en la vida, ¿es la conducta ejemplar o es la categoría social?
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