Viernes 8 de febrero

Evangelio en audio (mp3)

El profeta no es despreciado por cualquier causa: lo es porque pone el dedo en la llaga. No todos los perseguidos son profetas, pero para uno de verdad resulta muy difícil no ser perseguido. Y no bastan las denuncias genéricas (contra el relativismo feroz, el egoísmo o el anticlericalismo). Hay que denunciar con nombres y apellidos porque, si no lo hacemos, seremos cómplices. Para ser profeta hay que ser libre: no estar casado con los poderes, ni depender de sus ayudas o subvenciones.

¡Qué fastidioso e incómodo resulta un verdadero profeta para los poderosos de este mundo! Juan, el último de los profetas del primer testamento asumió un estilo de vida que denunciaba con gestos y palabras el ambiente de corrupción, violencia e injusticia de su tiempo. Aunque podía despertar admiración entre los grupos dirigentes, sin embargo eran más los detractores que los admiradores. ¡Y qué triste! El capricho de un tirano corrupto, la manipulación de un cuerpo erótico y la maquinación de una mujer sin escrúpulos es suficiente para eliminar a aquel que evidencia la corrupción y la mentira de los sistemas políticos, económicos y religiosos. 
       Hoy en nuestra historia siguen asesinando a los profetas que denuncian violencia e injusticia contra el pobre, corrupción y mentira del poderoso, y anunciando que otro mundo es posible donde la libertad, la equidad, la solidaridad, la vida y la paz no sean simples quimeras sino realidades que se palpan en el diario vivir.
      ¿Conoces personas que hayan pasado por la misma situación de Juan Bautista?   

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