7 de enero



 SEMANA DESPUÉS DE EPIFANÍA (7-13 DE ENERO): UN PROGRAMA CLARO Y ROTUNDO
      Jesús empieza su misión y lo quiere dejar claro desde el principio: él no se ha «encarnado», no ha venido al mundo por asuntos «religiosos».
Ha venido para enseñar (liberar de la ignorancia), para curar toda dolencia (LUNES: «Curaba toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo») y para dar de comer (MARTES: «Comieron todos hasta saciarse»).
     Nos cuesta aceptar que una cosa tan material pueda ser el Reino de Dios porque tenemos la mente embotada (MIÉRCOLES: «No habían comprendido lo de los panes»); nos gustan más los milagritos, verlo caminar sobre las aguas.
Pero en su primera predicación en Nazaret, el día de la presentación de su programa (el discurso en la «sesión de apertura del Parlamento»), Jesús va a volver a insistir en ello (JUEVES: «Yo vengo a dar buenas noticias a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos»; VIERNES: «... a los leprosos»).
Precisamente porque hacía eso, todo el mundo acudía a él (SÁBADO).
Lo de antes, la religión antigua de Juan, ya es agua pasada, y él lo sabe («Él tiene que crecer y yo tengo que menguar»). Lo de ahora ya no es agua: es espíritu (transformación interior profunda) y fuego (compromiso de acción) (DOMINGO: «Él los bautizará con Espíritu santo y fuego»).
Que nos perdonen las beatas (y los beatos), pero están muy equivocados: ni el rosario, ni la adoración del Santísimo, ni los nueve primeros viernes pertenecen a la esencia del cristianismo. «Curar»  a los otros, sí. Y lo demás resulta valioso solo en la medida en que da hondura a esa sanación encarnada. Es bueno que lo dejemos claro desde principios de año, cuando nos preguntamos en qué va a consistir nuestra actuación como cristianos durante esos meses, y a qué vamos a dedicar nuestro tiempo y nuestras mejores energías.

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