EVANGELIO EN AUDIO: Juan 7, 1-30
1. La fiesta de los Campamentos (o de las Chozas) se celebraba en otoño, cuando los campesinos habían terminado de recoger la vendimia. Era una fiesta de agricultores que daban gracias a Dios por la cosecha. Duraba una semana y a ella acudía mucha gente. Pero lo más importante era la fuerte carga religiosa que se vivía esos días que servían para excitar las esperanzas mesiánicas del judaísmo (Lv 23,33-36; Zac 14, 16.19; 9,9). Si a Jesús se le veía como una posible promesa o una amenaza, se comprende que acudiera a la fiesta clandestinamente.
2. Tiene que ser fuerte sentirse vigilado, controlado y amenazado de muerte. Jesús sabía que lo iban a matar. En tales condiciones, acudir a una fiesta tan nacionalista y de tanta exaltación religiosa era evidentemente correr un riesgo. Podía pasar cualquier cosa. Jesús tuvo que echarle valor a aquel viaje. Pero no se dejó dominar por el miedo. Subió a Jerusalén, se fue derecho al templo y allí se puso a hablar e incluso a gritar. Y gritó de tal manera que intentaron matarlo entonces mismo. Pudo escapar porque no le había llegado su hora.
3. Para hablar de Dios, como lo hizo Jesús, hay que ser muy libre. Y tener valor para vencer el miedo. Y es que hablar de Dios, como se debe hablar, es un asunto muy peligroso. Hablar del "Dios" que les conviene a los poderes de este mundo es una cosa que da poder y prestigio. Hablar del Dios que cuestiona a esos poderes, sobre todo al poder y a los intereses de los hombres de la religión, es peligroso, en ello se juega uno hasta la misma vida.
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