La
vida de un cristiano, la vida «resucitada», no debería ser como la
de las demás personas; debería ser una vida vivida en paz (DOMINGO:
«Paz a vosotros»); una paz que se alimentara de la presencia
constante de Dios (LUNES: «El Señor está contigo»). Debería ser
un re-nacimiento diario (MARTES: «Con Nicodemo») como personas
salvadas, es decir, personas que conocen bien el sentido último de
sus vidas (MIERCOLES: «El que obra la verdad, se acerca a la luz»),
y que poseen ya desde ahora una vida eterna, total (JUEVES: «El que
cree en el Hijo, posee la vida eterna»). Personas cuya vida se
multiplica como el pan de cada día (VIERNES: «La multiplicación
prodigiosa»), y que descartan los temores básicos que aterrorizan
al resto de la gente (SABADO: «Soy yo, no temáis»).
Semana
en la
que meditamos sobre qué aporta a nuestra vida el ser una vida
«resucitada».
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