Mc 16,9-1
Jesús,
resucitado
al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a
María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a
anunciárselo a sus compañeros que estaban tristes y llorando.
Ellos, al oiría decir que estaba vivo y que lo había visto, no la
creyeron. Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que
iban caminando a una finca. También ellos fueron a anunciarlo a los
demás, pero no les creyeron. Por último se apareció Jesús a los
Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y
dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían
visto resucitado. Y les dijo: Id al mundo entero y predicad el
Evangelio a toda la creación".
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Los relatos evangélicos de la resurrección y del Resucitado nos ayudan a pensar mejor el tema central del cristianismo, que consiste en la "relación" y la "unión" que, en Jesús, se da entre "lo divino" y "lo humano" "lo trascendente" y "lo inmanente". Por esto el evangelio de Marcos destaca dos cosas: 1) El hecho de la resurrección de Jesús. 2) La resistencia de los discípulos para aceptar que era verdad ese hecho. Estos dos hechos siguen adelante en la historia. Y son motivo de confusión para no pocos cristianos. En este asunto, es importante distinguir que no es lo mismo"realidad"que"historicidad". Lo real no coincide con lo histórico. Por ejemplo. Dios es una realidad (que se acepta por la fe, no por la evidencia). Pero Dios no es realidad histórica. Porque la historia está determinada por las coordenadas del espacio y el tiempo. Pero Dios no está ni limitado por el espacio, ni fijado por el paso del tiempo. Por tanto, se puede y se debe decir que Jesús resucitó realmente, pero que la resurrección no es un hecho histórico.
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La resurrección trasciende la historia. En la mañana del domingo de Pascua, Jesús no regresó al espacio y el tiempo, sino que trascendió el espacio y el tiempo. Lo cual explica las resistencias de los discípulos a creer en el Resucitado. Ellos sabían que estaba vivo. Pero no le veían, ni sabían dónde estaba, ni cuándo lo verían. Y es que, para creer en la resurrección, es decisivo tener presente que hay otra forma de existencia, que no conocemos, pero que es tan real como la nuestra. Es la forma decisiva y sin fin que nos espera, la que tenemos prometida. Esto es lo capital para nosotros cuando pensamos en Jesús el Viviente.
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Al no estar condicionado por el espacio y el tiempo, Jesús está presente en el mundo, en la vida, en cada ser humano y en la naturaleza entera de una forma que nosotros no podemos ni imaginar. Jesús está vivo y presente en todo lo que es vida, belleza, felicidad, esperanza, paz. humanidad. Creer en el Resucitado es asumir lo mejor de nuestra humanidad y contagiarlo a los demás. Esto es lo que distingue al auténtico creyente en Jesús y su Evangelio.
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