Jn
8,1-11
En
aquel tiempo, Jesús se retiró al Monte de los Olivos. Al amanecer
se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él y,
sentándose, les enseñaba. Los letrados y los fariseos le traen una
mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron:
"Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú ¿qué
dices?" Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como
insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que
esté sin pecado, que le tire la primera piedra". E inclinándose
otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron
escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el
último. Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Jesús se
incorporó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus
acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?" Ella contestó:
"Ninguno, Señor". Jesús dijo: "Tampoco yo te
condeno. Anda, y en adelante no peques más".
1.
Este relato falta en los mejores manuscritos griegos. Para los
católicos es canónico. Pero lo más seguro es que se trata de un
episodio que está colocado fuera de su sitio. Algunos piensan que
ese sitio sería el evangelio de Lucas, cuando ya cerca de la pasión
los líderes religiosos le hacen a Jesús las preguntas más
insidiosas (Cf. Lc 21,38; 20,20-40) (Raymond E. Brown). La Iglesia,
desde la Antigüedad, ha aceptado este relato como auténtico.
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El episodio es indignante sobre todo en nuestra cultura actual, cuando propugnamos la igualdad en dignidad y derechos en el hombre y en la mujer. Los acusadores basan su acusación en la ley de Moisés, que dice: "Si uno comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos adúlteros son reos de muerte" (Lev 20,10; cf. Deut 22, 22). Pero, a juicio de los "doctos" y "observantes", quien merecía la muerte era solamente la mujer. ¿Y el que adulteró con ella? Esta evidente injusticia tiene sus raíces en la diferenciación de los sexos que pasó a formar parte de la herencia biológica de los sexos (W. Burkert, D. Morris, Margaret Mead). El problema se plantea desde el momento en que la herencia biológica se constituyó en diferencia radical de derechos y en desigualdad. Una diferencia que las tradiciones religiosas han aumentado hasta el abuso, la opresión y la violencia en todas sus formas.
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Jesús no condena a la mujer. Jesús despenaliza el adulterio. Y lo más fuerte: Jesús desenmascara la hipocresía de los "profesionales de la religión", un colectivo en el que abundan los censores sin piedad cuando se trata de los pecados y delitos de los demás, al tiempo que ocultan, no pocas veces, esos mismos pecados y delitos cuando los cometen los dirigentes religiosos. Esto pasaba en tiempo de Jesús. Y sigue pasando ahora. Una mentalidad a la que se enfrenta el papa Francisco.
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