Mt28,8-15
En
aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro;
impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los
discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
"Alegraos". Ellas se acercaron, se postraron ante él y le
abrazaron los pies. Jesús les dijo: "No tengáis miedo: id a
anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán".
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a
la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido.
Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a
los soldados una fuerte suma, encargándoles: "Decid que sus
discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros
dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo
ganaremos y os sacaremos de apuros". Ellos tomaron el dinero y
obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido
difundiendo entre los judíos hasta hoy.
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El apóstol Pablo afirma que Jesús fue "constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor" (Rom 1,4). La resurrección representó, por tanto, para Jesús la "plenitud de la divinidad". Pero no fue solamente eso. Porque juntamente con eso -e inseparablemente de ello- representó también la "plenitud de la humanidad" Por eso, en los capítulos finales de los evangelios, donde se habla del Resucitado, en esos capítulos precisamente es donde se descubre al Jesús más profundamente humano. Es sorprendente. Pero así es.
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En efecto, el Jesús resucitado, porque es el "más divino" de los evangelios, por eso es también el "más humano" que aparece en todo el Evangelio. Porque, en la más original y profunda tradición cristiana, el Trascendente se ha fundido con lo inmanente de forma que "lo más divino" (utilizando nuestra limitada y tosca forma de expresar estas realidades que nos rebasan por completo) se muestra, se conoce, se palpa, precisamente en "lo más humano". Por eso, ni más ni menos, el Resucitado es el ser más humano y entrañable de cuanto podemos imaginar y desear.
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Esto es lo que explica que a quien primero se aparece el Resucitado es precisamente al colectivo más marginado de aquella cultura, las mujeres (Me 16,1-8; Mt 28,1-8; Le 24,1-12; Jn 20, 1-10). Y esto es también lo que explica las comidas de Jesús resucitado con los discípulos (Me 16,14; Le 24,30.41-42; Jn 21.10-14; Hech 10,41). Como la alegría que contagia en todas sus apariciones, en las que Jesús no se queja ni de la traición de Judas, ni del abandono cobarde de los demás apóstoles, ni de las negaciones de Pedro. Todo lo contrario. Jesús le demanda su cariño preferente y hasta le encarga que apaciente su rebaño (Jn 21,15-19). El Resucitado nos enseña, entre otras cosas, una que es fundamental: no somos más divinos porque no somos más humanos. Esto es capital y decisivo.
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