25 DE MARZO-VIERNES VIERNES SANTO

Jn18,1-19,42
En aquel tiempo, Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y otros guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: "¿A quién buscáis?"Le contestaron: "A Jesús el Nazareno". Les dijo Jesús: "Yo soy". Estoba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles, "yo soy" retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: "¿A quién buscáis?" Ellos dijeron: "A Jesús el Nazareno". Jesús contestó: "Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos". Y así se cumplió lo que había dicho: "¡No he perdido a ninguno de los que me diste!" Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Maleo. Dijo entonces Jesús a Pedro: "Mete la espada en la vaina. El cáliz que me da mi Padre, ¿no lo voy a beber?" La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anas, porque era suegro de Caifas, Sumo Sacerdote aquel año, el que había dado a los judíos este consejo: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo". Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el palacio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?" El dijo: "No lo soy". Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío y se calentaban. También Pedro es toba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: "Yo he hablado abiertamente al mundo:yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo". Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: "¿Asi contestas al Sumo Sacerdote?" Jesús respondió: "Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?" Entonces Anas lo envió atado a Caifas, Sumo Sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: "¿No eres tú también de sus discípulos?" El lo negó diciendo: "No lo soy". Uno de los criados del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: "¿No te he visto yo con él en el huerto?" Pedro volvió a negar, y enseguida cantó el gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifas al Pretorio. Era el amanecer y ellos no entraron en el Pretorio para no incurrir en impureza y poder comer así la Pascua. Salió PUatos afuera, adonde estaban ellos y dijo: "¿Qué acusación presentáis contra este hombre?" Le respondieron: "Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos". PUatos les dijo: "Lleváoslo vosotros y juzgadlo vosotros según vuestra ley". Los judíos le dijeron: "No estamos autorizados para dar muerte a nadie". Yasíse cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez PUatos en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" PUatos replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús le contestó: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos, Pero mi reino no es de aquí". PUatos le dijo: "Conque, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: "Tú lo dices. Soy rey. Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz". Pilotos le dijo: "Y, ¿qué es la verdad?" Dicho esto, salió otra vez a donde estoban los judíos: "No encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?" Volvieron a gritar: "A ese no, a Barrabás". (El tal Barrabás era un bandido). Entonces Pilotos tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura. Yacercándose a él le decían: "¡Salve, rey de los judíos!" Y le daban bofetadas. Pilotos salió otra vez afuera y les dijo: "Mirad, os lo saco afuera, pora que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa". Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. PUatos les dijo: "Aquí lo tenéis". Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias, gritaron: "¡Crucifícalo, crucifícalo!" Pilotos les dijo: "Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él". Los judíos le contestaron: "Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir porque se ha declarado Hijo de Dios". Cuando Pilotos oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el Pretorio, dijo a Jesús: "¿De dónde eres tú?" Pero Jesús no le dio respuesta. Y PUatos le dijo: "¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?" Jesús le contestó: "No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor". Desde este momento PUatos trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: "Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César". Pilotos entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman "el enlosado" (en hebreo "gábbata"). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo PUatos a los judíos: "Aquí tenéis a vuestro rey". Ellos gritaron: "¡Fuera, fuera; crucifícalo!"PUatos les dijo: "¿A vuestro rey voy o crucificar?"Contestaron los Sumos Sacerdotes: "No tenemos más rey que al César". Entonces se lo entregaron para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado "de la Calavera" (que en hebreo se dice "Gólgota") donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús. Y PUatos escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: JESÚS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDIOS. Leyeron el letrero muchos judíos, porque el lugar donde crucificaron a Jesús estaba cerca de la ciudad y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los Sumos Sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilotos: "No escribas "El rey de los judíos", sino "Este ha dicho soy rey de los judíos". Pilotos les contestó: "Lo escrito, escrito está". Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropo, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: "No la rasguemos, sino echemos suertes a ver a quién le toca". Asi se cumplió la Escritura: "Se repartieron mis ropas y echaron o suerte mi túnica". Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaba su madre, la hermana de su madre María de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed". Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre dijo: "Está cumplido". E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilotos que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: "No le quebrarán un hueso"; y en otro lugar la Escritura dice: "Mirarán al que atravesaron". Después de esto, José de Arímatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a PUatos que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y PUatos lo autorizó. El fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo. el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro es toba cerca, pusieron allí a Jesús.
1. La pregunta fundamental, que hay que hacerse el Viernes Santo es esta: el relato de la pasión y muerte de Jesús, ¿quedó redactado, tal como está, para "divinizarnos" o más bien para "humanizarnos"? Es decir. Jesús murió como murió, ¿para que seamos más "divinos"? ¿O para que seamos más "humanos"? En principio, se podría (y se tendría que) decir: para ambas cosas. Lo cual es verdad. Pero, ¿qué es lo primero y lo más inmediato que debemos pretender, buscar y realizar?

  1. La dificultad para responder a esta pregunta radica en que la significación de la muerte de Jesús nos ha llegado en dos tradiciones, que, en cuestiones muy fundamentales, no coinciden. Y hasta se contraponen. De forma que esto ha desconcertado -y sigue desconcertando- a los teólogos, a la jerarquía eclesiástica y a los cristianos en general.
  2. La tradición más antigua, y la que primero se difundió por las primeras "iglesias" (asambleas) cristianas, es la que interpreta la muerte de Jesús como un acontecimiento "religioso" y "sagrado": el "sacrificio sacerdotal" (Heb 7,27; 9. 12; 10.1; 1 Cor 10,16-21) y el acto de "expiación"(Heb 5,7; 7,25; 9,24) por medio del cual quedó reparado el desorden radical, que procedía de la desobediencia del primer hombre, Adán, origen y causa del mal en el mundo. Solo Cristo, mediante el sacrificio de su vida, restauró el orden perdido y redimió a la humanidad alejada de Dios. El autor de esta tradición fue Pablo de Tarso, que la explica en sus cartas, entre los años 50 al 55.
  3. La tradición posterior, que se generalizó a partir de los años 70. presenta la muerte de Jesús como la ejecución de un sentenciado por las autoridades que legalmente podían dictar la condena (de un extranjero o un esclavo) a morir en el escarnio de la cruz. Un acto así no podía, en modo alguno, ni verse ni interpretarse como un acto religioso o sagrado. Era todo lo contrario. Para los romanos, el rechazo total de un criminal excluido por la sociedad y por los dioses (Cicerón, Lactancio). Para los judíos, la maldición del que moría colgado del madero, oprobio para la nación entera (Deut 21,22 s; cf. Heb 13,13; Gal 3,13). Esta tradición es la que presentan los cuatro evangelios, redactados cerca de veinte años después de la de Pablo.
  4. La dificultad para armonizar estas dos tradiciones está en que, según san Pablo, Jesús murió en la cruz porque así lo decidió Dios. Mientras que, según los evangelios, Jesús murió en la cruz porque vivió y habló de manera que las autoridades vieron en él una amenaza intolerable. Los sacerdotes, lo vieron como un peligro "para el templo y para la nación" (Jn 11,48). El gobernador romano, lo vio como un agitador subversivo que representaba una amenaza para el imperio (Jn 19,12-16).
  5. La pregunta, por tanto, que se plantea es esta: ¿La muerte de Jesús fue un "sacrificio religioso" o fue la "ejecución legal de un condenado a muerte"? En consecuencia, lo que el Crucificado nos enseña ¿es la obediencia a la religión y a Dios? ¿O es la libertad solidaria ante los poderosos de este mundo, causantes de tanto sufrimiento y devastación en la tierra? En el primer caso, estamos ante "lo divino". En el segundo, estamos ante"lo humano". No se trata de optar por lo uno o por lo otro. Se trata, más bien, de integrar ambas opciones. Esta integración solo es posible -si es que el Evangelio es lo primero y lo determinante de nuestra fe- subordinando la interpretación de Pablo al significado del relato histórico del Evangelio.
  6. La lectura de la pasión de Jesús nos enseña a ser tan profundamente humanos, que no podamos soportar ver desde el desinterés y la indiferencia, el sufrimiento de las víctimas de este mundo. Entonces, y solo entonces, estaremos en el camino que nos lleva derechamente a vivir y morir como vivió y murió Jesús. Así, y solo así, tendrá fundamento nuestra esperanza en la resurrección.

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