Jn
13,21-23.36-38
En
aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo: "Os aseguro
que uno de vosotros me va a traicionar" Los discípulos se
miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno
de ellos, al que Jesús amaba tanto, estaba a la mesa a su derecha.
Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.
Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:
"Señor, ¿quién es?" Le contestó Jesús: "Aquel a
quien yo le dé este trozo de pan untado". Y untando el pan se
lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró
en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: "Lo que tienes que
hacer hazlo enseguida". Ninguno de los comensales entendió a
quién se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían
que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fíesta o dar
algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió
inmediatamente. Era de noche. Cuando salió dijo Jesús: "Ahora
es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él".
(Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí
mismo: pronto lo glorificará). Simón Pedro le dijo: "Señor,
¿a dónde vas?" Jesús le respondió: "A donde yo voy no
me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde". Pedro
replicó: "Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré
mi vida por ti". Jesús le contestó: "¿Conque darás tu
vida por mi? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas
negado tres veces".
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Lo que se relata en este evangelio, sucedió durante la última cena. Si tenemos en cuenta que aquella cena, precisamente porque fue "la última" fue obviamente la cena de despedida; y además una despedida definitiva, ya que el mismo Jesús les dijo a sus amigos que ya nunca más cenaría con ellos en este mundo (Mt 26,29 par), se palpa que allí se vivía un momento dramático en extremo. Y fue, en aquel momento precisamente, cuando Jesús reveló dos secretos estremecedores relacionados con aquellos hombres que compartían la cena con él: uno de ellos le iba a traicionar, otro lo iba a negar. Es decir, Jesús sabía que estaba cenando con un traidor y con un cobarde. O algo peor, como enseguida vamos a ver.
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No es fácil saber con seguridad los motivos que tuvieron aquellos dos hombres (Judas y Pedro) para hacer lo que hicieron aquella noche. Lo más probable es que actuaron con tremendas dudas y oscuridades interiores. Judas terminó suicidándose (Mt 27, 3-10; Hech 1,18-19) y Pedro "lloró amargamente" aquella misma noche (Mt 26,75 par). Lo que no es seguro es que Judas (por el apodo de "Iscariote") perteneciera a los "sicarios" o revolucionarios violentos. Como tampoco es seguro que Pedro, por llevar el machete (con el que le cortó la oreja a un tal Malco) (Jn 18,10), se justifique su afiliación a la violencia revolucionaria de los galileos. Sea lo que fuere de todo esto, lo que no admite duda es que Judas y Pedro, cuando se convencieron de que Jesús se entregaba sin oponer resistencia, eso era el indicador más claro de que no era el Mesías que ellos esperaban y querían. ¿Qué nos indica esto?
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Aquella noche y en aquella cena, se enfrentaron dos proyectos radicalmente opuestos. Si el Mesías era el Salvador, Judas y Pedro pensaban que la "salvación" tenía que venir mediante la resistencia, la lucha, el enfrenta miento, en definitiva, la violencia. Jesús, por el contrario, estaba persuadido de que la sola política, la economía y la sola ciencia no salvan a este mundo. Si no tenemos "convicciones", que orienten nuestras vidas hacia la solidaridad, este mundo no tiene arreglo. Pero sabemos que "una convicción se define por el hecho de que orientamos nuestro comportamiento conforme a ella" (J. Habermas; Ch. S. Peirce). Si no remediamos la aterradora desigualdad (en derechos humanos), es que no estamos "convencidos" de que eso es lo más urgente en este momento.
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