Lc
5,27-32
En
aquel tiempo, al salir, Jesús vio a un recaudador llamado
Levísentado al mostrador de los impuestos y le dijo: "Sígueme".
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su
honor un gran banquete en su casa. Los fariseos y los letrados
dijeron a sus discípulos, criticándolo: "¿Cómo es que coméis
y bebéis con publícanos y pecadores?" Jesús les replicó:
"No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido
a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan".
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Se comprende el alcance y el valor de este relato cuando se sabe que el valor supremo, que constituía la aspiración mayor de todo ciudadano en las sociedades mediterráneas del s. I, era el honor, la dignidad y la consiguiente estima social (B. J. Malina). Por otra parte, este supremo valor se expresaba y se cuidaba sobre todo en el acto social más valorado entonces, el simposio o "banquete" (D. E. Smith). De ahí el cuidado que se ponía en escoger debidamente a las personas que eran invitadas a recostarse en torno a la mesa para compartir la comida.
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Todo esto explica la importancia que se les daba a las comidas, incluso el puesto que cada comensal ocupaba en las mismas (Le 14, 7-14). Y de ahí, la significación que tiene el hecho de que Jesús tuviera por costumbre comer con publícanos, pecadores y gentes de baja condición social (Le 15,1-2). Por eso escandalizaba tanto a los grupos más religiosos (fariseos, maestros de la ley...) que Jesús y sus seguidores
comieran
con tales gentes. Más que una conducta de orden trascendente,
aquello era un escándalo que amenazaba el status social y la
seguridad que la religión aportaba a la sociedad en general.
3.
Por
supuesto, Jesús mostró con este comportamiento, hacia los
individuos y grupos peor calificados en aquel tiempo, no solo su
misericordia y la bondad del Padre del Cielo, sino además dejó
claro que él no estaba de acuerdo con las religiones antiguas que
"normalmente gravitaban hacia las clases dominantes y los
representantes del poder" (W. Burkert). El cristianismo, a
partir del Jesús que nos presentan los evangelios, echó por el
camino opuesto. Por eso es seguro que, durante los siglos II y III,
el cristianismo era en gran parte... un ejército de desheredados"(A.
D. Nock, E. R. Dodds). Pero precisamente mientras la Iglesia de
aquellos tiempos se mantuvo así, tuvo un poder de transformación
sobre los pueblos y sociedades de la antigüedad, que luego se
fue perdiendo, a medida que el cristianismo fue teniendo más poder y
se fue alejando, no solo de los publícanos y pecadores, sino sobre
todo del Evangelio.
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