La
dificultad más fuerte, que han tenido -y tienen- muchos cristianos,
para comprender a Jesús de Nazaret, no está en aceptar su
divinidad, sino en la aceptación de su humanidad. Esta
dificultad se palpa ya en algunos escritos del Nuevo Testamento. Por
ejemplo en las cartas de Juan y, sobre todo, en las del apóstol
Pablo. La razón de esta resistencia, para aceptar en Jesús lo mismo
lo humano que lo divino está en una corriente de pensamiento, que
fue potente en los primeros siglos del cristianismo, y que, en
algunas de sus manifestaciones, ha llegado hasta nosotros. Se trata
del gnosticismo. Una filosofía, que tuvo apogeo ya en los
siglos I y II. Los gnósticos defendían una oposición tan fuerte
entre Dios y el mundo, que llegaban a despreciar lo material y lo
humano como la gran dificultad que tenemos los mortales para
encontrar a Dios y poder salvarnos. Poca gente se imagina que el
hecho de que al apóstol Pablo le interesara tan poco el Jesús
carnal, el Jesús de la historia, le hiciera centrar su atención en
el Cristo resucitado. Lo que se debe sobre todo a la fuerte carga de
pensamiento gnóstico que Pablo aprendió y aceptó. (A. Pinero - J.
Montserrat). Como también son muchos los cristianos que no sospechan
que una de las herejías más importantes de la Iglesia antigua fue
el monofisismo, la doctrina que defendió Eutiques, un monje del s.
V, que, en definitiva, venía a decir que la humanidad de Cristo
quedó absorbida por la divinidad. O sea, según los monofisitas.
Cristo sería humano solo en apariencia.
El
monofisismo sigue vivo en algunas iglesias ortodoxas de Oriente. Pero
está más presente de lo que imaginamos entre nosotros. Hasta el
punto de que es una de las dificultades más fuertes que tenemos para
entender los evangelios. Y,
por eso, para comprender a Jesús y su mensaje. ¿Por qué hay tantos
cristianos que casi siempre hablan de Cristo o de Jesucristo, pero se
resisten a hablar de Jesús? Quienes se portan así, quizá sin darse
cuenta, están condicionados por el monofisismo. No acaban de aceptar
que Jesús fue un ser humano, plenamente humano, tan humano como los
demás. Y no saben que, al pensar así y portarse en consecuencia,
están rozando una herejía. O lo que es peor, se están privando de
conocer el contenido del Evangelio y, por eso mismo, de conocer a
Dios. El Dios, el Padre, que se nos dio a conocer en Jesús. El
monofisismo fue condenado en el concilio de Calcedonia (año 451).
Esto
explica por qué, en este libro, se insiste en la importancia de lo
humano, y de la humanidad, para comprender y vivir el cristianismo.
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