Jn 6,16-21
En aquel tiempo, al oscurecer, los
discípulos de jesús bajaron al lago, se embarcaron y empezaron a atravesar
hacia Cafarnaún. Era ya noche cerrada y todavía Jesús no los había alcanzado,
soplaba un viento fuerte y el lago se iba encrespando. Habían remado unos cinco
o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando
sobre el lago, y se asustaron. Pero él les dijo: "Soy yo, no temáis".
Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra enseguida, en el sitio a
donde iban.
1. El relato de la multiplicación de los
panes termina diciendo que aquellas gentes, entusiasmadas al ver que Jesús les
había dado de comer en abundancia, quisieron proclamarlo rey. Jesús no aceptó
semejante propuesta: despidió a la gente, mandó a los discípulos a la otra
orilla del lago, lejos de aquella posible tentación, y él se fue solo al
monte, a orar. Jesús era un "hombre de Dios" no un "hombre del
poder", ni "hombre de fama"y. menos aún, un
"populista". La profunda humanidad de Jesús se alimentaba de su
profunda espiritualidad.
2. Alejarse del lugar del éxito, de la
popularidad y del aplauso de la gente, resultó difícil, como una noche oscura,
en un mar encrespado y con viento contrario. Así las cosas, lo que más
sintieron fue el miedo, no la cercanía de Jesús que les buscaba rápido, para
alcanzarlos, con la ingravidez del que se desliza por encima de las aguas
agitadas.
3. La palabra de Jesús, "Soy yo", va acompañada de un mandato que siempre
agrada: "No
temáis". La
cercanía de Jesús, la presencia de Jesús, va siempre acompañada de una
experiencia que todos necesitamos y que tanto deseamos: liberarnos del miedo. Son demasiados los miedos que nos
atenazan, nos atormentan, nos avergüenzan. Miedos inconfesables, miedos que no
podemos superar. La presencia de Jesús se nota en la paz, la alegría y la
ilusión que va unida a la victoria sobre el miedo.
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