Lc 6,36-38
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo, no juzguéis, y no seréis
juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados;
dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida,
rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros".
1. Sin duda alguna, Jesús dijo estas cosas
pensando en lo que más necesitamos los mortales. Todos, en efecto, necesitamos
que se nos quiera, que nadie nos juzgue de mala manera, y que nadie nos
condene. Además, necesitamos siempre que se nos perdone, se nos disculpe, se
nos comprenda. Y, por último, tenemos mucha necesidad de que los demás estén
siempre dispuestos a ayudarnos sin tacañería y con generosidad rebosante, sin
límites. ¿Verdad que todo esto es como un sueño maravilloso?
2. Pues resulta que esto, precisamente todo
esto, es el corazón mismo del Evangelio. Jesús, que nos conoce muy bien, no
amenaza, no recrimina, no echa nada en cara. Por el contrario, nos manda (en
imperativo) que seamos siempre "-compasivos", siempre buenas
personas, como siempre es bueno Dios {Sant 5,11). Se trata de la bondad que
lleva consigo "ternura entrañable, agrado, humildad, sencillez,
tolerancia" (Col 3,12).
3. Es verdad que la religión ayuda a muchas
personas a ser así. Pero ocurre con frecuencia que la gente religiosa y piadosa
suele juzgar, rechazar y condenar a quienes no se ajustan a lo que mandan los
dirigentes de la religión. Jesús no fue cristiano (los
"cristianos"empezaron a existir en Antioquía, años después de la
muerte de Jesús. Hech 11,26) y hoy lo sería menos todavía. El cristianismo de
ahora está demasiado lejos de lo que Jesús hizo, dijo y quiso.
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