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Lc 4,24-30
Vino Jesús a Nazaret y dijo al pueblo en la sinagoga: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os ga­rantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elias, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elias, más que a una viuda de Sarepta en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Elíseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán el sirio". Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo em­pujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
1.  Este evangelio pone al descubierto lo peligroso que es el nacionalismo intolerante y fanático. En Nazaret abun­daban los nacionalistas de ese estilo. Por eso se pusieron furiosos cuando Jesús les dijo que una viuda de Sarepta y un leproso de Siria habían sido preferidos a todas las viudas y a todos los leprosos que había en Israel. Los naciona­listas no toleran que los que ellos llaman "extranjeros" sean mejor considerados y tratados que ellos.
2.  Es bueno amar la propia patria y la propia nacionalidad. Pero no es bueno el nacionalismo que se vincula a la in­tolerancia y al fanatismo. Porque"el fanatismo reside en el hecho de obligar a los demás a cambiar" (Amos Oz). Y la intolerancia lleva consigo el rechazo de las creencias y convicciones de los demás, unido eso al poder de impedir que los otros vivan como ellos creen que más les conviene.
3.  Jesús vio y experimentó el peligro que lleva consigo el nacionalismo, así vivido, porque divide y enfrenta a las personas, a los pueblos y a las culturas, desencadena violencias y desprecios mutuos. Y, desde el punto de vista re­ligioso, este tipo de nacionalismo se convierte en una especie de religión civil que se fundamenta en un Dios vio­lento, intolerante y peligroso.

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