Sábado 3ª durante el año-B

Mc 4, 35-41
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: "Vamos a la otra orilla". Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas los acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: "Maestro, ¿no te importa que nos hunda­mos?" Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: "¡Silencio, cállate!". El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?" Se quedaron espantados y se decían unos a otros: "¿Pero quién es este? ¡Has­ta el viento y las aguas le obedecen!".
1. El relato de la tempestad en el lago plantea algunas preguntas que posiblemente no tienen respuesta: ¿ocurrió esta tempestad tal como aquí se relata?; ¿se produjo realmente en aquel pequeño y tranquilo lago una tormenta tan fuerte y tan peligrosa?; ¿el mar y el viento obedecieron sumisamente a Jesús?; ¿alude este relato a los peligros que acechan a la "barca de Pedro" es decir, a la Iglesia? El "relato histórico" presenta muchas dudas. Sin embargo, el "mensaje evangé­lico" es muy claro. Esto es lo que interesa al creyente, por más insatisfecho que se quede el historiador. El Evangelio no es un libro de historia, sino que está escrito como un proyecto de vida.
2.  Es claro que, si de verdad tenemos fe, no tenemos por qué dejarnos dominar por el miedo incluso en situaciones lí­mite, como les pasó a los discípulos. Es claro también que Jesús asociaba la falta de fe con el miedo. Es decir, para Jesús, el enemigo de la fe no es el error dogmático o la desobediencia religiosa, sino el miedo, o sea cuando falla nuestra se­guridad en Jesús. Es claro también que los discípulos, aunque "seguían" a Jesús, tenían poca fe y, en consecuencia, no se fiaban totalmente de él. Y es claro también que aquellos discípulos no sabían quién era Jesús, no lo conocían a fon­do. Porque Jesús es siempre sorprendente.

3.  El viento y el mar obedecían a Jesús. El verbo "obedecer" (typakoúein) se aplica, en los evangelios, al viento y el mar, a los demonios (Mc 1,27) y a un árbol (Lc 17,6). Jamás Jesús exigió sometimiento a ningún ser humano. Jesús no quería subditos sumisos, sino seguidores libres, compañeros de camino, y amigos fieles (Jn 15,15).

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