10 de enero-semana de Epifanía

Lc 4,14-22 a
En aquel tiempo, Jesús, con la fuerza del Espíritu, volvió a Galilea y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sá­bados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y desenrollándolo encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mi, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor". Y enrollando el libro, lo devolvió al que le servía y se sentó. Toda la sinagoga tenia los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír", Y todos le expresaban su aprobación y se ad­miraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
1.  Lo primero y lo que más llama la atención en este relato del evangelio de Lucas, es cómo y en qué se manifiesta la presencia del Espíritu del Señor en la vida de Jesús. Y, por tanto, también en nuestras vidas de creyentes y seguidores del Jesús del Evangelio. El Espíritu lleva a Jesús a Galilea. Es el Espíritu de Dios el que le envía. ¿Para qué? Para dar liber­tad a los oprimidos y esclavizados. Para abrir los ojos a los que están ciegos y no ven lo que tienen que ver. Cuando una persona o una institución no producen libertad y no abren los ojos a la gente para que vea la realidad de lo que ocurre en la sociedad y en la vida de la gente, esa persona o esa institución no están guiadas por el Espíritu de Dios. Ni, por su­puesto, por el Espíritu de Jesús.
2.  Jesús dijo: "Hoy se cumple lo que acabáis de oír". Lo que allí se oyó fue la palabra de Jesús. Aquella palabra no some­tía a nadie, sino que hacía a la gente más libre. No impedía a la gente pensar o decir lo que pensaba. Ni ocultaba la rea­lidad, sino que hacía ver lo que otros ocultaban. Jesús no tenía miedo a la libertad. Ni tenía nada que ocultar. Cuando vivimos en tales condiciones que no podemos decir lo que pensamos o tenemos que ocultar cosas importantes que vi­vimos, debemos pensar que el Espíritu del Señor se ha ausentado de nuestras vidas.

3.  Está demostrado que la gente no le daba su aprobación, sino que se declaró en contra de Jesús. El verbo griego martyreó, con dativo, puede significar dar testimonio a favor o en contra. En este caso tiene que ser en contra, porque enseguida quisieron matar a Jesús (Le 4,29) (J. Jeremías). Y es que, al leer el texto de Isaías, Jesús se saltó una línea, don­de se habla de "el día del desquite de nuestro Dios" (Is 61,2). El Dios de Jesús no quiere ni desquites, ni violencias. Cuan­do, en nuestra vida, los intereses políticos o económicos tienen más poder que las convicciones del Evangelio, pode­mos estar seguros de que el Espíritu de Dios está lejos de nosotros.

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