Primera semana de adviento - lunes y martes

1 DE DICIEMBRE-LUNES 1a SEMANA DE ADVIENTO
Mt8,5-11
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó diciéndole: "Señor, tengo en casa un muchacho que está en cama paralitico y sufre mucho". Jesús le contestó: "Voy yo a curarlo". Pero el centurión le replicó: "Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi techo? Basta que lo digas de palabra y mi muchacho quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes y le digo a uno 've' y va; al otro 'ven y viene; a mi muchacho, 'haz esto', y lo hace". Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: "Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos".
1. Este relato es de los más elocuentes que hay en los evangelios, para hacerse una idea de lo que representaba la fe para Jesús. Viene a él un centurión romano. Era, pues, un cargo militar importante (responsable de cien legionarios de las fuerzas de ocupación que había en Palestina, dominada por Roma en aquel tiempo), que, como todos los militares de entonces, tenía que hacer un juramento de fidelidad al Emperador al que, en aquellos años, se veneraba como un "-dios". Tal como nosotros entendemos la fe y la religión, aquel militar tenía una fe desviada. Diríamos que tenía una fe falsa, pagana, incluso herética. Pues bien, lo que impresiona en este relato es el juicio que Jesús hace de la fe de este militar. ¿Porqué?
2. Aquel militar "de estrellas", osea un hombre que tenía un cargo importante, tenía además "un siervo" que estaba en­fermo, que sufría mucho y (según parece) estaba en peligro de muerte. Sin duda alguna, aquel centurión era un hom­bre bueno. Profundamente bueno. Porque no podía soportar ver a un siervo de su mansión sufriendo tanto y amena­zado de muerte. Y eso era para él lo más importante en la vida. Es decir, lo más importante no era la religión de la fide­lidad al emperador, sino la fuerza de la bondad ante el sufrimiento de un siervo. Y esto es lo que llevó a aquel hombre importante a buscar a Jesús, a suplicarle a Jesús, a fiarse de Jesús y poner en Jesús su esperanza. En esto está la clave de explicación de este relato genial.
3. Porque esta actitud de bondad del centurión produjo en Jesús una profunda admiración. Jesús se "quedó admirado". Nunca había visto tanta humanidad y tanta bondad en las personas más religiosas de su propio pueblo. Y es que, ajui­cio de Jesús, lo decisivo no es la religión a la que uno pertenece, sino la sensibilidad ante el sufrimiento, el empeño por remediarlo, y la confianza en Jesús que puede darle solución. Jesús nunca antepuso las ideas a las personas. Ni siquie­ra las ideas religiosas fueron lo primero para él. Lo primero, para Jesús, fue siempre el comportamiento ético, la bondad de las personas, la sensibilidad que los humanos tenemos ante el dolor ajeno. Esto era la fe, para Jesús: "Nunca he en­contrado en nadie tanta fe". Esto es lo decisivo para el Evangelio. Y en esto estuvo la "revolución religiosa" que puso en marcha Jesús.

 2 DE DICIEMBRE-MARTES Ia SEMANA DE ADVIENTO
Lc 10,21-24
En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: "Te doy gracias, Padre, Señor del ciclo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a ¡os entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar". Volviéndose a los discípulos, les dijo: "¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que oís, pero no lo oyeron".
1. Jesús se dirige, en esta oración, al "Padre" entendido como"Señor del cielo y de la tierra". Es el Dios "transcendente"e "inmanente"a la vez. El Dios que no está a nuestro alcance y que, sin embargo, lo tenemos tan cerca, tan presente, tan visible. Es el Dios, a un mismo tiempo, tan "divino"y tan "humano". Pues bien, Jesús afirma que a este Dios no lo cono­cen los "sabios y entendidos". Los que se saben todos los libros y todas las teorías, esos son los que no se enteran de quién es Dios, ni de cómo es Dios. Sin embargo, este Dios se da a conocer a los más pequeños, a los últimos de este mundo. Dios no es una "cosa", no es un "objeto del conocimiento", no es un "saber". Por eso los sabios y entendidos no lo conocen. Mientras que los que no pintan nada, ni tienen títulos, ni son notables, esos son los que lo conocen. ¿Qué es esto?
2. La "gente sencilla" es la gente que no tiene nada más que su humanidad. No tienen otra cosa, esas gentes. Solo tie­nen su condición humana. Y sabemos, por el misterio de la encarnación, que Dios se "encarnó" precisamente en la con­dición humana (Jn 1,14). Los sabios son los que saben mucho y se fían de su sabiduría. Los entendidos son los que tie­nen mucho (títulos, cargos, experiencias...). Por eso los sabios y los entendidos tienen el peligro de confundir a Dios con lo que llevan en sus saberes y sus títulos. Así se engañan a sí mismos. Los otros, los que no tienen nada y por eso son los últimos, no tienen nada más que su humanidad. Es decir, tienen carencias, ignorancias, necesidades... Y es ahí y en eso donde el Dios de Jesús se les hace presente: en lo que sufren, en lo que necesitan, en lo que buscan, en (o que anhelan... Ahí está Dios. El Dios de Jesús. Tener a Dios no es tener ideas claras y seguras. Tener a Dios es tener humani­dad, sencillez, humildad, deseos de lo más típicamente humano.


3. Cuando Jesús dice que son dichosos los que ven y oyen lo que veían y oían los discípulos, en realidad, ¿qué nos dice Jesús? Los discípulos veían a un hombre, a un ser humano y oían a un galiteo de Nazaret, del que ni su familia se expli­caba cómo ni dónde había aprendido lo que decía (Mc 6,1 -6). Lo sorprendente que aquí dice Jesús, es que la "revolución religiosa", que él trajo al mundo, consistía en que, en el ser humano oímos y vemos a Dios. ¿Vemos la humanidad de los demás? ¿Oímos su humanidad? Con frecuencia ocurre que un Dios tan profundamente humano no nos entra en la cabeza. Y menos aún, en el corazón. ¿Por qué seremos así? ¿No nos ocurrirá que apetecemos más ser como los "sa­bios y entendidos", mientras que la "gente sencilla" nos importa un bledo?

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