7ª semana de Pascua - viernes

Viernes 18 de mayo de 2018
Juan I, papa y mártir (526)
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Hch 25,13-21:
 Pablo sostiene que está vivo
Salmo 102: El Señor puso en el cielo su trono
Jn 21,15-19: Apacienta mis corderos
 
Hechos 25,13-21
Un difunto llamado Jesús, que Pablo sostiene que está vivo
En aquellos días, el rey Agripa llegó a Cesarea con Berenice para cumplimentar a Festo, y se entretuvieron allí bastantes días. Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole: "Tengo aquí un preso, que ha dejado Félix; cuando fui a Jerusalén, los sumos sacerdotes y los ancianos judíos presentaron acusación contra él, pidiendo su condena. Les respondí que no es costumbre romana ceder a un hombre por las buenas; primero el acusado tiene que carearse con sus acusadores, para que tenga ocasión de defenderse. Vinieron conmigo a Cesarea, y yo, sin dar largas al asunto, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a este hombre. Pero, cuando los acusadores tomaron la palabra, no adujeron ningún cargo grave de los que yo suponía; se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su religión y de un difunto llamado Jesús, que Pablo sostiene que está vivo. Yo, perdido en semejante discusión, le pregunté si quería ir a Jerusalén a que lo juzgase allí. Pero, como Pablo ha apelado, pidiendo que lo deje en la cárcel, para que decida su majestad, he dado orden de tenerlo en prisión hasta que pueda remitirlo al César."
Salmo responsorial: 102
El Señor puso en el cielo su trono.
Bendice, alma mía, al Señor, / y todo mi ser a su santo nombre. / Bendice, alma mía, al Señor, / y no olvides sus beneficios. R.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, / se levanta su bondad sobre sus fieles; / como dista el oriente del ocaso, / así aleja de nosotros nuestros delitos. R.
El Señor puso en el cielo su trono, / su soberanía gobierna el universo. / Bendecid al Señor, ángeles suyos, / poderosos ejecutores de sus órdenes. R.
Juan 21,15-19
Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?" Él le contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Jesús le dice: "Apacienta mis corderos." Por segunda vez le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le contesta: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Él le dice: "Pastorea mis ovejas." Por tercera vez le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: "Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero." Jesús le dice: "Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras." Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme."
 
 Amar a Jesús tiene implicaciones histórico-existenciales. No es un amor romántico, ni etéreo. El amor que Jesús pide requiere concreción, requiere ser historizado. El Crucificado-Resucitado establece un diálogo con Pedro. Y este dialogo está en hacer que Pedro diga cuál es la dimensión de su amor a la causa de Dios. Y ese amor ha de ser testificado después con la concreción de un amor comunitario. Por eso de inmediato la sentencia de Jesús: apacienta mis ovejas. Es en el servicio a la comunidad donde Pedro definirá el verdadero sentido del amor que Jesús le está pidiendo. Esto mismo es lo que Jesús pide a cada creyente hoy: Vivir el amor a Jesús de manera histórico-comunitario. Decir que amamos a Jesús no es lo fundamental en la vida de la Iglesia. Lo que es fundamental es testificar el amor a Jesús en el amor concreto a los hermanos y a las hermanas con los que hacemos comunidad cristiana. Allí nos jugamos la credibilidad. Allí somos fieles al amor recibido y hacemos creíble el misterio de la comunidad.

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