7ª semana de Pascua - martes

Martes 15 de mayo de 2018
Isidro Labrador (1130)
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Hch 20,17-27:
 Cumplo el encargo del Señor
Salmo 67: Reyes de la tierra, canten al Señor
Jn 17,1-11a: Padre, glorifica a tu Hijo

Hechos 20,17-27
Completo mi carrera, y cumplo el encargo que me dio el Señor Jesús
En aquellos días, desde Mileto, mandó Pablo llamar a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso. Cuando se presentaron, les dijo: "Vosotros sabéis que todo el tiempo que he estado aquí, desde el día que por primera vez puse pie en Asia, he servido al Señor con toda humildad, en las penas y pruebas que me han procurado las maquinaciones de los judíos. Sabéis que no he ahorrado medio alguno, que os he predicado y enseñado en público y en privado, insistiendo a judíos y griegos a que se conviertan a Dios y crean en nuestro Señor Jesús. Y ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu.
No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios. He pasado por aquí predicando el reino, y ahora sé que ninguno de vosotros me volverá a ver. Por eso declaro hoy que no soy responsable de la suerte de nadie: nunca me he reservado nada; os he anunciado enteramente el plan de Dios."
Salmo responsorial: 67
Reyes de la tierra, cantad a Dios.
Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa, / aliviaste la tierra extenuada; / y tu rebaño habitó en la tierra / que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres. R.
Bendito el Señor cada día, / Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación. / Nuestro Dios es un Dios que salva, / el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. R.
Juan 17,1-11a
Padre, glorifica a tu Hijo
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: "Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese.
He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti."

 Hemos hablado de la vida eterna en términos difíciles de comprender. Poco asequibles y con palabras que terminan cargando a los cristianos en una conciencia de miedo y de pánico frente a esta realidad clave para la vida cristiana. Jesús da una definición sencilla de vida eterna. No es un tratado más, sino una experiencia. Jesús nos transmite la experiencia de la vida que Dios quiere para que el hombre y la mujer lleguen a la plenitud. La vida eterna que Jesús propone es: conocer al Padre como al único Dios verdadero y a su enviado, Jesús el Mesías. Pero en esta simplicidad está la clave. La experiencia de Dios y de Jesús es una realidad existencial, relacional. Jesús lo que nos está dejando es su misma herencia relacional con el Padre. Sus palabras, salidas de lo más íntimo de su ser, son una verdadera oración. No son fórmulas frías. No son rezos organizados para responder a un acto religioso. El Hijo nos regala su propia relacionalidad con el Padre. Es la que quiere que experimentemos a fin de vivir en plenitud.

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