5ª semana de Pascua-viernes

1. Para decirlo de la forma más sencilla, el amor se puede vivir como decisión o como atracción. El amor como decisión puede ser más universal, hasta el extremo de amar incluso al enemigo. Cuando el amor se vive así, gana en extensión, pero no se vive como pasión o deseo. En todo caso, querer así a los demás manifiesta grandeza de espíritu, nobleza y bondad. Este amor solo se puede vivir cuando para ello hay una motivación que trasciende a la persona a quien queremos. El amor como atracción es limitado y se vive en la relación con personas concretas a las que nos sentimos vinculados por razones de familia, amistad, simpatía o sobre todo, deseo erótico. 

2. El mandamiento del amor, del que habla Jesús, se refiere al amor como decisión. Pero es importante recordar que la fidelidad al amor de atracción no es posible, a lo largo de la vida, si muchas veces no se superan los problemas de convivencia por la fuerza y la firmeza de una decisión que quiere siempre el bien del otro. Y, por tanto, quiere a la otra persona de forma que la relación no degenere jamás en un amor posesivo o impositivo. El amor es amor cuando se traduce en respeto, aceptación, estima y libertad. 

3. Así fue el amor de Jesús. Nunca pretendió poseer, ni dominar, ni aprovecharse. Tuvo libertad para decirles a los discípulos los fallos en que caían. Pero nunca les echó en cara nada. Ni les pasó facturas. Y tuvo la delicadeza de tratarlos de tal forma que la noche de la despedida, cuando dijo que uno le iba a traicionar, ninguno sospechó de Judas. Y pasó por encima de los miedos y abandonos en que le dejaron al final. Jesús quiso mucho a las mujeres: a mujeres que eran bien vistas y a otras que tenían mala fama. No sabemos que jamás fuese posesivo con ninguna. Porque supo unir el cariño al respeto y a la libertad. Jesús, en fin, amó a los que nadie quiere, a los lisiados, a los mendigos y vagabundos a gentes de mala vida. Esto es lo que nos mandó hacer a todos. 

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