21 DE FEBRERO-DOMINGO 2° DE CUARESMA

    Lc 9, 28 b-36
    En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elias, que apare­cieron con gloria, y hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño;y espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: "Maestro, qué hermoso es estar aquí. Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elias". No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: "Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle". Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron nada de lo que habían visto.
    1. Este relato contiene una importancia singular en los tres evangelios sinópticos (Me 9, 2-8; Mt 17, 1-8). Prueba de ello es que la literatura teológica que se ha producido para explicar este episodio es enorme (F. Bovon). Baste pensar que esta­mos ante un relato del que resulta muy difícil precisar el género literario en que está redactado (H. Riesenfeld, M. Sabbe, R. H. Gause...). Lo cual es comprensible. Porque aquí se da cuenta de una experiencia en la que se rozan "lo humano" y "lo divino", "lo inmanente" y "lo trascendente".
    2. Dios (trascendente) se nos ha comunicado en Jesús (inmanente). Pero ser "tras­cendente" no significa ser"infinitamente superior" sino simplemente "ser inconmen­surable" es decir "de un orden absolutamente distinto". Esto significa que, si la tras­cendencia fuera objeto de experiencia posible, desde ese momento justamente dejaría de ser trascendente (S. Nordmann). Pues bien, siendo esto así, Jesús (aquel humilde campesino de Galilea) es el punto de sutura de la realidad que nos trasciende (Dios) con nuestra limitada realidad (nosotros los humanos). O sea, en Jesús (y solo en él) sabemos de Dios, lo que dice Dios, y lo que Dios quiere o no quiere. Por esto, el relato termina con la voz trascendente que señala a Jesús y decía: "escuchadle a él". Y allí quedó: "Jesús solo".
    3. Para saber de Dios y hablar de Dios, no nos queda nada más que Jesús. Ni Moisés, ni Elias. Ni la Ley, ni los Profetas. Solo la vida y la palabra de Jesús. En esa vida y en esa palabra es donde tenemos que buscar y encontrar el sentido de la vida.

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