2º Pascua - martes

Jn 3,5a.7b-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: "Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es to­do el que ha nacido del Espíritu". Nicodemo le preguntó: "¿Cómo puede suceder eso?" Le contestó Jesús: "Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos, de lo que hemos visto damos testimonio. Si no creéis cuando hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hablo del cielo? Porque nadie ha subi­do al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre".
1.Un cambio total de vida, hasta el extremo de ser visto como una persona distinta, como el que ha nacido otra vez, eso no es tan fácil. Ni lo hace cualquiera. Un cambio así de vida supera lo que da de sí la condición humana. Se comprende la pregunta de Nicodemo: "¿Cómo puede suceder eso?".
2.  Jesús responde apelando a la distinción radical que existe entre lo que pertenece a la tierra y lo que es propio del cielo, de forma que no se trata solo de lo que procede del cielo, sino de lo que permanece en el cielo y, por tanto, se sustrae a los ojos humanos. De esto último es de lo que habla aquí Jesús (Sab9,16; 4 Esd 4,1-21; Heb 8,5; 9,23; 11,16). Con ello le está diciendo a Nicodemo: "Si tienes fe en lo que te digo, con esa fe podrás llegar a ser un hombre distinto".

3.El problema está en que eso tiene un peligro. El peligro que siempre han tenido (y tienen) las religiones. Exigir a la gente cambios radicales en nombre de realidades celestiales, que se sustraen a nuestros ojos, se presta a que los representantes "oficiales" de esas realidades obliguen a los demás a hacer lo que a ellos se les ocurre y les conviene, no lo que realmente quiere Dios. Jesús lo advierte: "Nadie ha subido al cielo". Por eso lo que afirma Jesús es esto: "No creáis nada más que al que baja de cielo". Jesús merece todo nuestro crédito porque no es un Dios que se quedó en el cielo, sino porque es el Hijo de Dios que bajó, que descendió, que se vació de su poder y renunció a su grandeza. El que hace eso es -a juicio de Jesús- el único que tiene credibilidad. Para hablar de Dios, la credibilidad la tiene el que baja, no el que sube.

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